En estas épocas impopulares e ineficientes, voy a ser directo, franco y descarnado: En Colombia, no existe una cultura del teatro. No la hay, no nos digamos mentiras ni nos demos consuelo de tontos.

Por mucho tiempo hemos estado confundiendo historia del teatro, trayectoria y oficio con un concepto que está lejos de consolidarse en una sociedad como la nuestra.

La cultura teatral en Colombia es sólo eso, una expresión más que se usa para generar cierto sentido de pertenencia (En apariencia, más no en experiencia).

Cultura proviene de cultivar y acá no hacemos eso, o por lo menos ya no, teniendo en cuenta las condiciones fugaces y azarosas en las que debemos desarrollar el arte del teatro. Generamos, sostenemos y aguantamos hasta que nos es posible.

A menos que estemos en los dominios de la academia, de una jugosa beca o de la fortuna de un portentoso productor, ya no preparamos el terreno, sembramos, abonamos, regamos, germinamos, cosechamos, consumimos, ofrecemos, vendemos y vivimos. No, sólo hacemos, tratamos de vender y si no vendemos, desechamos o posponemos y volvemos a empezar hasta que finalmente “le pegamos al perro”.

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Es nuestra realidad económica: el cuento de hadas del pasado en el que el teatro era una empresa tan respetable y próspera en potencia como cualquier otra, quedó justamente ahí, en el fondo de las páginas de los libros (Y esto, hablando del teatro universal, porque en Colombia, lo sabemos, la tonada es otra.

Inicio estas palabras hablando de los hacedores de teatro porque si no comprendemos lo que sucede con nosotros, mucho menos lo haremos con ese entorno hostil donde pretendemos operar.

No hay cultura del teatro porque nosotros mismos la echamos abajo. Es nuestro castillo de naipes diario. Lo digo sin rodeos, los peores enemigos del teatro son aquellos que lo constituyen: actores, directores, dramaturgos, productores, gestores, ni se digan los periodistas, administrativos y demás figuras que sólo le apuntan a un objetivo: salvar su propio pellejo.

Antes de ser crucificado por estas palabras les digo: yo hablo desde lo que vivo, es una experiencia más, no es la verdad, es UNA verdad.

Díganme por favor ¿Cómo se crea una cultura (que implica colectividad, incluso masividad) con este individualismo rampante que nos gobierna?

Quien me escucha puede decir con facilidad y de manera apasionada y reactiva que la agremiación es la respuesta. Y yo pregunto: ¿existe el gremio como tal? ¿No se convierte ese gremio en una suerte de “superindividuo” que hala la cuerda, una vez más, para su propio beneficio? Quiero en este punto, hacer la salvedad que de ninguna manera estoy soslayando los alcances, triunfos y demás aciertos que han tenido aquellos que se han abanderado en los sindicatos, sin embargo, no es difícil observar que la realidad abarca mucho más de lo que esa “minoría” está haciendo por la “mayoría”.

En otras palabras, tal “gremio” lo respeto, más no me representa. Pero esto es tema de otra discusión.

Continuando con la idea, les hablo como alguien que tiene un grupo desde hace casi 15 años, que fundó una revista de dramaturgia, que quiso en algún punto “figurar” en la escena y que a la fecha es un parcial, casi un total desconocido. Les habla alguien que siempre aboga por un trabajo colaborativo REAL en donde TODOS salgamos favorecidos, haciéndole justicia a nuestro arte.

No obstante, les habla alguien a quien ese optimismo se le ha venido agotando por luchar contra ese solipsismo ególatra que cunde en el teatro: porque la resonancia es escasa; porque si queremos unir esfuerzos y alguna de las partes no está a la “altura técnica, moral o ideológica del oficio” se va todo al trasto sin siquiera haber iniciado, usualmente con la frase “tenemos que hacer algo juntos algún día” como la forma más cortés de dar a entender el subtexto de “no tengo ni el menor interés de trabajar contigo”; porque tener recursos o  por lo menos un brazo comercial fuerte se convirtió en el principal requisito para crear.

¡¿Cómo vamos a crear cultura desde ahí?! Y con esto no quiero que piensen que defiendo la poco práctica consigna del “arte por el arte”, responsable de nuestras más oscuras frustraciones económicas, no. Pero si quisiera pensar que lo monetario no es un condicionante, sino un factor más que hace parte del triángulo equilátero en donde confluye el “crear” y el “colaborar” en una tensión perfecta de la que resulta el hermoso arte del teatro.
 
Juntarnos como creadores es tan, pero tan difícil, precisamente por lo fácil que es.

Pero no nos damos cuenta o nos hacemos los de la vista gorda y es allí donde todo se complica. Para toda solución, tenemos un problema. ¡Nunca es suficiente!: el espacio de ensayo es costoso o es inadecuado; el texto no es bueno; la producción es pobre; no hay tiempo; el teatro no hace difusión; no hay a quien vender; NO HAY CULTURA TEATRAL EN COLOMBIA; no se trabaja con el aficionado (o con el profesional) Y así, un torbellino de “quejas” termina por configurar lo que ya sabemos: “Hago lo mío y el resto que coma mierda”.

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¿Por qué tiene que ser así? Las salas permanecen solas por la soledad que ostentamos. ¿Cómo convencer a un público que el teatro debe ser un pretexto para amalgamarnos como seres humanos, si como creadores estamos atomizados? Vamos EXCLUSIVAMENTE a las obras de nuestros amigos o de nuestros profesores; juzgamos una obra por su cartel y en el peor de los casos, por los murmullos que tenemos del grupo, incluso, únicamente por su trayectoria.

Vamos armando pequeñas <<microculturas>> con sus respectivas prácticas, dioses y tradiciones, pero lejanas y desconocidas entre sí.

En otras palabras, rara vez nos damos la oportunidad de estar con el otro. 

Este panorama segmentado nos trasluce otra realidad, a mi parecer nociva, y que impide esa consolidación cultural: la sacralización. Amigos del teatro, si existen “vacas sagradas” es porque nosotros mismos las hemos sacralizado con nuestros actos; hemos dogmatizado nuestro criterio profesional y de paso, nos hemos cercenado la pluralidad: “es bueno porque hace como X”; “se nota la influencia de Y”; “está tratando de copiar lo que hizo Z” ¡No, no y no! ¡Somos gente haciendo teatro, trabajando y sudando por responder preguntas vitales para nuestra existencia, no para satisfacer el ego inflamado de los demás colegas! El arte es universal y el universo es infinito ¿y todavía nos atrevemos a hacer el mediocre papel de jueces, de controladores de la calidad estética, argumental o ideológica? Les pregunto entonces, ¿cuál es nuestro estado actual? ¿Gremio, terruño, milicia, individuo? Y la respuesta será la que dará cuenta si la tal cultura teatral existe en Colombia.

Yo por mi parte, me considero un mercenario con serios problemas mentales. Mi grupo se llama Trastorno Obsesivo Teatral porque sólo alguien con una seria alienación se estrella a diario y lo sigue intentando… A pesar de todo.

Tengo un escuadrón peleando la guerra del teatro cuyo único premio es la supervivencia, ni siquiera la fama. Somos felices de tener otro día más para hacer teatro. Y después de nuestras operaciones, pasamos al cuarto de radio tratando de hacer contacto con otros en nuestra misma situación (a sabiendas que TODOS estamos igual) pero la frecuencia se mantiene silenciada.

A veces llegamos a trincheras como esta (el teatro), damos nuestra batalla y seguimos… Como a todo soldado, nos llegan los aires de desmoralización, pero también las ansias de lograr esa cultura teatral en donde todos estemos como queremos a nuestro país: felices, en paz y sobre todo, trabajando.
 
     ¡Cultivemos la cultura!

(Ponencia para el encuentro: Nuevas convulsiones Vol. 3 de la sala Vargas Tejada)
Por: Nicolás González Gutiérrez

25 de septiembre de 2019

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